martes, 5 de septiembre de 2017

London street.

No sé si me acostumbré o me resigné.
A que se fueran.
A que me dejaran.
A que ni siquiera aparecieran.

Destinada a cargar con todo y a no compartir el peso.
A hablar con el espejo.
A andar observando a los demás.
A estar lejos de todo.

Hubo momentos en los que pensaba que lo había conseguido.

De hecho, ya no sé si esos son los que más dolieron y por ellos me hice más yo.


Por ejemplo, cuando te encontré a ti.
Tantos años sin compartir sentimientos ni lágrimas sinceras hasta que te cruzaste en mi camino un frío mes de marzo.
Aún recuerdo lo que pensé en esa habitación de hotel inglés, "ojalá seas para siempre. Ojalá tú sí."
Pero tras cuatro abrazos y dos despedidas, decidiste borrarme de tu vida.
Quise comprender pero nadie me explicó.
A veces, no se puede luchar por alguien que no quiere ser salvado - ni quiere salvarte-.

Sin duda alguna, fuiste mi sonrisa favorita y por la que yo pondría mis dos mejillas.
Me rompiste.
Me decepcionaste.
Me soltaste la mano cuando más la necesitaba.
Te llevaste un pedacito de mí.

La vida es un camino de elecciones y, yo, no parezco hacer las adecuadas.
Supongo que entrarás en el saco de "personas que olvidan".
Yo seguiré echándote de menos en mis viajes, en mis risas, en mis llantos, en mis noches oscuras... pero sobre todo, en mis momentos de felicidad plena. Ahí donde esperaba encontrarte siempre.

Nos volveremos a ver.
Pronto.
Elige bien.

jueves, 6 de abril de 2017

Somos nada

A veces, me pregunto si, realmente, somos conscientes del daño que podemos hacer.
Si somos conscientes de lo que puede significar una mala mirada, una palabra fuera de lugar o una risa descarada.
Creo que somos una generación acosadora, pública y egocéntrica.
Nos preocupa más lo que puedan pensar los demás sobre nosotros que lo que, verdaderamente, opinamos sobre nosotros mismos.
Cuando una persona no es capaz de adaptarse a las tertulias rosas, a llegar a los dos mil seguidores o ser una blogger, la apartamos de nuestro círculo. Como si no fuera nada.

Nos gusta la gente que se ve bonita por fuera y nos hemos vuelto super fans de "La Bella y la Bestia" pero hemos olvidado la moraleja de la historia. Hemos olvidado los sentimientos (reales) de las personas.

No es malo sentirse solo. No hasta cierto punto.
Todos necesitamos estar a solas con nosotros mismo y nuestros pensamientos. Necesitamos poner en orden nuestras ideas y disfrutar de la soledad.
El problema le encontramos cuando una persona se siente tan sola que prefiere acabar con su sufrimiento.
Somos seres sociales porque nuestra vida depende del contacto con los demás.

El ser humano se ha convertido en un animal de costumbres y de rebaño. Cuanto más sola vemos a una persona, más nos alejamos de ella.
Hasta que todo acaba.
Hasta que sale en las noticias.
Hasta que todos lloramos (falsamente).
Hacemos campañas sobre la inclusión.
Pasa el tiempo... Y se nos olvida.

Y otra vez a empezar.

Hipócritas.

Cada generación, es más cruel que la anterior. ¿Realmente queremos que nuestros hijos, primos, hermanos, nietos, sobrinos... vivan con tanta negrura en su interior?
Nos autoconvencemos de que nuestros hijos no son de ese tipo de personas, que no tienen pinta de acosador, de persona que mete cizaña, de persona que hace que todos se alejen de otra. Y yo me pregunto ¿Qué pinta se supone que debe tener alguien para ser mala persona? Porque creo, sinceramente, que todos hemos sido esa clase de persona alguna vez en la vida.
Nos esforzamos tanto por encajar en esta sociedad que olvidamos nuestros valores y nuestra personalidad hasta tal punto que hacemos lo que demanda el resto sin importar lo que queremos realmente.

Yo no quiero ser esa clase de persona.
Creo en la libertad y en la tolerancia.
Creo en la igualdad y en el respeto.
Creo que quiero creer que el mundo, esta sociedad, pueden ser salvados.

Ayúdame a seguir creyéndolo.

lunes, 23 de enero de 2017

Distancia

Los días malos son cuando despierto y tú no estás a mi lado.
Cuando entra el primer rayo de sol por las rendijas de la persiana y no puedo ocultarme de él entre las sábanas y tu pecho.
Los malos días son todos aquellos en los que no puedo besarte, ni contar los lunares de tu espalda, ni fingir que no me río cuando haces bobadas.

Los días malos son cuando estallo y no estás tú para retener la onda expansiva.
Cuando intento y no consigo. Cuando me pierdo y no me encuentras.

Los días malos son cuando te echo de menos. Cuando camino por el parque sin tu mano. Cuando se me ocurre un chiste malo y no lo escuchas.

Los días malos son cuando pienso “ojalá estuvieras aquí”. Cuando te siento lejos, a kilómetros de donde estoy.

Los días malos son cuando nadie me hace rabiar. Cuando no puedo enfadarme contigo por cualquier bobada y tú no puedes besarme en la frente.
Cuando no puedo llorar de la risa contigo mientras hablamos de cosas que solo nosotros entendemos.

Los días malos son todos aquellos en los que no puedo calmar tus angustias o silencios con mis labios. Cuando tengo frío y no tengo tus manos en las mías para entrar en calor.

Cuando no puedo cantar a voz en grito las canciones de mis películas favoritas sin que me mires como si estuviera loca pero te dé igual.
O cuando no puedes quejarte porque me dedico a repetir los diálogos de las películas que tienes pendientes de ver.


Cuando no estás, cuando te echo de menos, cuando no hay tiempo… esos son los días malos.