martes, 20 de diciembre de 2016

Invisible

Yo sé que te esfuerzas.
Sé que intentas salir a flote después de cada tormenta. Y, también, sé que nadie conoce tus batallas.

Sé que te escondes detrás de una armadura porque tienes miedo a desnudarte emocionalmente. Que lo hiciste una vez y no has vuelto a ser la misma.

Sé que la gente te ha criticado, te ha señalado, te ha ofendido, te ha humillado... También sé que has tenido que cargar con culpa, con temor, con vergüenza...

Sé que vives con desconfianza y autocrítica.
Sé que nunca estás conforme y todo te parece mal.
Sé que luchas por ser mejor porque siempre te viste inferior a los demás.

A veces, cuando no consigues llegar a tu meta, te desmoronas y sientes que nada ha valido la pena. Una carrera de fondo que nunca llega a acabar.
Crees que nunca serás una más y, simplemente, tendrás que conformarte con las migajas que otros te den.

Sé que no te valoras y te escondes detrás de las palabras.

Sé que te gusta ser invisible.
Sé que tienes pocas ganas de compartir tus pensamientos.
Sé que estás mejor sola que mal acompañada.


Pero sé, también, que eres valiente. Que eres fuerte. Que eres luchadora.
Sé que puedes conseguir todo lo que te propongas.
Sé que eres importante para muchas personas.
Sé que te mereces un corazón. Y una mano.

Incluso, sé, que yo confío en ti.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Cuando llueve.

Solíamos pasar las tardes de verano bebiendo zumo de frutas y riéndonos de la vida.
Solíamos tumbarnos a ver las estrellas, cada noche, a la orilla del mar.
Teníamos todo el tiempo del mundo y un millón de sueños por cumplir.
También, luchábamos contra cada lágrima.
Solía darme los mejores abrazos y confiaba más en mí que yo misma.


Mi habitación sigue repleta de nuestras fotos.
Aquella que nos hicimos cuando nos perdimos en la montaña y a mí me dio por ponerme melodramática. La que nos echó aquel extraño Papá Noel del centro mientras tú te tirabas el chocolate en el abrigo. Y nuestra primera foto, aquel día de octubre cuando decidimos comprarnos el puesto entero de dulces.

Solíamos pasar la vida...

Pero ya no estás.

No sé cuándo decidiste alejarte ni por qué.
Yo sigo esperando.

A veces te veo pasar por mi lado. Pero ya no tienes esa sonrisa...
Ahora, también, soy invisible para ti.

Ahora, cuando llueve, no tengo con quién ver películas en el sofá.

lunes, 24 de octubre de 2016

Frío.

Sentí su aliento en mi cuello.
Ese aliento frío que despertaba en mi el asco más puro que nunca jamás había llegado a sentir.

Llovía.
Había quedado con unas amigas para ir a una pastelería nueva. Un café caliente es lo mejor para las frías noches de noviembre.

Crucé la avenida como cada día. Siempre estaba llena de transeúntes. Odiaba llegar al final y tener que andar los últimos trescientos metros sin gente alrededor.

No recuerdo si él corría muy deprisa o si mis pies no avanzaban.

Sentí sus manos agarrando mi brazo.
Sentí su fuerza en mi espalda.

Aquella noche nadie me oyó gritar. Y si lo hicieron, decidieron mirar hacia otro lado o seguir escuchando su música favorita en el móvil.

No sé si dolieron más sus golpes para que callara y entrara en el coche, o el hecho de sentirme sucia y sola.

La tierra estaba húmeda y me asfixiaba cuando me abandonó desnuda y semienterrada.

Lloraba pero no quería llorar.
Quería que todo acabara. Quería pegarle golpes hasta reventar. Quería hacerle daño.
Incluso, en ese momento, podría matarle.

Sentía frío.
Frío.
Silencio.
Frío.


Supongo que nadie tiene derecho a decidir cuándo debe acabar tu vida.
Tampoco nadie tiene derecho a hacernos sentir inseguras.
No tenemos por qué ir a clases de defensa personal.
No tenemos por qué sentir miedo cada vez que paseamos por la ciudad.
No tenemos que ir con amigo o un novio para que nadie nos levante la voz.
No queremos tener que escuchar "piropos" obscenos que atentan contra nuestra integridad.
Supongo que deberían educarnos para el respeto y no enseñarnos a "no provocar".
Tenemos derecho a vestir como queramos.
Tenemos derecho a expresar nuestra opinión.
Tenemos derecho a decir "basta".
Tenemos derecho al respeto.

Tengo derecho a ser una mujer... Y me gusta serlo.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Vida.


Decidimos luchar.
Decidimos ser fuertes.
No sé cuánto tiempo pudo pasar desde que tomamos la decisión de darnos las manos.

Te vi subir, uno a uno, los peldaños de la vida. Persiguiendo tus objetivos.
Te vi, siempre, tan llena de vida. Ofreciendo mucho más de lo que te daban a ti.
Te vi reír.
Te vi llorar.
Te vi enfadada.
Te vi ruborizarte.
Te vi… Tan solo, te vi.
Desde el día que nos conocimos, supe que serías la persona con la que querría pasar el resto de mis días.
No existía momento en el que no brillaras con luz propia, incluso entre esas malditas cuatro paredes que intentaron asfixiarte durante catorce meses.

Creo que, siempre, supe que ibas a cambiarme la vida. Me harías verla con otros matices y entenderla como solo tú la entendías.
Muchos días, cuando la quimio te volvía débil y te veía dormir durante horas, me preguntaba por qué tenías que ser tú y no otra persona.

A veces, cuando la vida se volvía gris y mi sonrisa desfallecía, sacabas fuerzas (no sé de dónde) y me hacías prisionero de tu labios.
Sé que me perdonaste pero, aun así, te pido perdón por los momentos en los que te dejé sola. Muchas tardes las lágrimas me volvían cobarde y no me permitían abrir la puerta de tu habitación.

Catorce fueron los meses que decidiste demostrarme, una vez más, que tus ganas de vivir y de respirar eran reales.


Pero un domingo de abril, el destino decidió por ti.

Decidió que tenías que volar lejos de aquí, lejos de mi, lejos de todo.

El árbol que me hiciste prometerte que plantaría el día que te fueras, me hace compañía en el jardín que, una vez, fue nuestro hogar.
Cada mañana, me levanto y le miro. Me hace sentir que, aunque no estés aquí, sigues aportando luz a este mundo, sigues siendo VIDA.

Gracias por haber compartido tu tiempo conmigo.

miércoles, 3 de agosto de 2016

Cobardes.

El mundo está lleno de cobardes que se creen valientes por atreverse a romper sonrisas y provocar desilusiones.
Personas egoístas que, poco a poco, se van destruyendo a sí mismas por el simple hecho de apartar a los demás con sus actos.
Hace tiempo, dejaste que, una persona de estas, te rompiera en dos.
Confiaste y ofreciste todo lo que podías.
Quisiste destruir los muros que aseguraban tu corazón.
Dejaste que viera tus debilidades y tus mejores besos.
Sus caricias no se apartaban de tu espalda y el calor nunca se agotaba.
Permitiste que besara cada duda y cada lunar de tu cuerpo.
Quiso bajarte la luna y a ti se te olvidó que podías hacerlo tú sola.




Y se fue la luz.
Y volviste a quedarte a oscuras.
Y volviste a pensar que, a veces, debes aprender a ser valiente, pero de verdad. Valiente para saber decir "no".
Valiente, para empezar a quererte a ti misma.

sábado, 2 de julio de 2016

Déjate romper.

Admito que te vayas.
Admito que nunca quisieras quedarte.
Admito que fueron más las cosas que no nos dijimos que las que yo creía entender en cada frase tuya.
Admito ser la culpable de querer encontrar lo que, ni siquiera, tú me ayudabas a buscar.
Podría admitir todos mis errores (y los tuyos) pero eso no me haría ni sonreír más ni dormir mejor.
No sé calcular cuántas palabras hacen falta para que mi sensatez de paso a la ilusión.
Creo que, incluso, tienen razón cuando me dicen que no se puede confiar en un corazón.

Hace días que no sé de ti.
Ni de cómo fue todo en el trabajo. Ni si has sonreído hoy.
Ni sé la respuesta a todas esas preguntas absurdas que suelo hacerte cuando quiero saber más sobre tu vida.

Tal vez, me cansé de luchar a contracorriente y, simplemente,  dejé que la vida siguiera su camino (aunque no existieran cruces donde tropezar).
Me cansé de los días de cal y de arena.
Me cansé de aparentar alguien que no soy.
No sabes lo mucho que me esforcé, cada día, en demostrarte que la vida es maravillosa.

¿Y qué, si me río por tus bobadas?
¿Y qué, si tus labios encajan en perfecta armonía con los míos? ¿Y qué, si prefiero mil inviernos contigo a un verano sin ti? ¿Y qué?
A veces, pensamos más en lo que podríamos hacer que en hacerlo.

Siempre he tenido miedo de volver a caer por arriesgar demasiado.
Pensaba que volvía a llegar la hora de intentar ser fuerte con alguien que me demostraba su valor y sus ganas de luchar pero me equivoqué. No eras valiente.
Entonces supe que, realmente, tienes razón cuando me dices que no vale la pena luchar para salvar a alguien que no quiere ser salvado.

Mi mano siempre estuvo dispuesta a sostener la tuya pero tú nunca estuviste dispuesto a agarrarme fuerte.
Y me da igual si pierdo o gano. Realmente, nunca quise una guerra.

Algún día, romperás esa burbuja que solo tú ves y alimentas. Y, en ese momento, te demostrarás a ti mismo, que eres capaz de volver a dejarte romper.

miércoles, 8 de junio de 2016

Ocho inviernos.

Una brisa cálida toca mi piel. Quema mis miedos a la vez que refresca mi valentía.
Llevo un buen rato sentada sobre esta piedra del acantilado, a la orilla del mar.

Desde aquí puedo observar todo el pueblo. Desde aquí, las personas parecen puntitos negros y sus palabras viajan por el aire hasta llegar a mis oídos.
Desde aquí puedo ver a un hombre entrar en la floristería mientras sus ojos emiten un brillo constante.
En el parque de al lado, dos jóvenes se prometen amor eterno entre caricias y besos a escondidas.
Una chica camina, en el otro extremo, por la orilla del mar. Sus manos agarran un cuaderno y un boli.
Es la misma chica de siempre. Siempre a la misma hora, en el mismo sitio. Cada día.
Me gusta contemplarla e imaginar qué misteriosas palabras recoge ese papel.
Quizá sean cartas a un amor imposible. Quizá sean palabras de despedida. Quizá sean planes de futuro. Quizá sea una lista de cosas por hacer en la vida..

Sonrío.
Cierro los ojos y me dejo llevar por el olor a sal y humedad.

Al abrirlos, veo unos ojos preocupados mirando hacia a mi. La brisa ha hecho que las hojas del cuaderno volasen hasta aquí.
Mis manos alcanzan una de ellas y mi curiosidad puede con mis ganas de dejarla volar.
Mi boca se abre levemente mientras contempla la belleza que hay impregnada en el papel.
Jamás había visto el mar reflejado con tanta tristeza. Todo gris. Todo perdido.

Una mano me toca el hombro. Su mano.
Ha venido a recoger su dibujo.

Le pregunto el significado de su obra.
Me cuenta que, hace años, su padre salió a faenar. No era un día especialmente malo en la mar ni un día a señalar en el calendario. Simplemente era un día normal.
Me cuenta que le hizo una promesa, que cada día volvería a la orilla del mar a esperarle hasta su regreso.
Me cuenta que, algún día, volverá a casa. Que ya van ocho inviernos desde aquello, pero que ella no pierde la esperanza.

Le devuelvo su retrato.
Se va.
Una lágrima recorre mi mejilla hasta caer al suelo.

Y me quedo allí, de pie, mirando al horizonte por si, por casualidad, allí donde se juntan cielo y mar, apareciese un puntito negro.

viernes, 6 de mayo de 2016

Quizá.

La vida es un proceso lento y continuo de toma de decisiones.
Algunas, nos hacen sentir bien y nos llenan de orgullo.
Otras, nos golpean el corazón y la mente cada vez que se asoman a la puerta de los recuerdos.
Y muchas que, son tan nimias, que ni siquiera las llegamos a tener en cuenta.

Confieso que he tomado demasiadas malas decisiones. Son mi punto fuerte.
Aquel día cuando decidí hablarle mal a esa mujer cuando ella ni siquiera tenía la culpa de que el café estuviera demasiado caliente.
Hace unos meses cuando el egoísmo habló por mí en aquella reunión de trabajo.
La semana pasada cuando le negué la entrada a mi corazón a aquel chico tan majo de la biblioteca.

También, fue una mala idea el hecho de apuntarme a rubgy sabiendo que no paso del 1.60 y que mis pies no se coordinan muy bien entre ellos.

A estas alturas de la vida, me gusta pensar cómo sería mi vida si hubiese hecho totalmente lo contrario a lo que decidí en ese momento. Quizá ahora sería más fuerte... Quizá sería más inteligente... Quizá tendría un gran novio... Quizá la gente me miraría de otra manera...
Quizá.
Quizá.
Pero, ¿cómo sé si verdaderamente estoy donde quiero estar?
Miles de preguntas sin sentido y sin respuesta llaman a mi mente cada día, cada noche... pero nunca consigo llegar a una conclusión y termino dormida mucho antes de recordar en qué parte de la ecuación me estanqué.

Quizá, si hubiera tenido el valor de plantarle cara a la vida, en muchas ocasiones, ahora mismo podría admirarme a mí misma y sentirme orgullosa de los pasos que di en su momento.
Pero, a veces, el camino se hace largo, pesado y duro... y dan ganas de tirar la toalla... y dejar que sea otro el que se ponga a delirar sobre la conspiración del universo, el porqué de las cosas y el destino de los "quizá".
A veces, solo tengo ganas de dormir y dejar la mente en blanco y que todo me dé igual... y que pasen los otoños sin preocuparme sobre si las hojas se caen demasiado deprisa.

Quizá, si dejara de cuestionarme cada palabra que pasa por mi mente a cien por hora y dejara de tener control sobre cada acción que ocurre en mi vida...
Quizá, si dejara de tener miedo a ser yo misma...
Quizá, si me aceptara tal y como soy...

domingo, 7 de febrero de 2016

En viento de otoño.

Y pasaban los días.
Y pasaban las primaveras.
Y las hojas secas de los árboles caían.

Y aún así, ella seguía sin encontrar su camino.
Tan torpe y cabezota como siempre, se empeñaba en pensar que habría alguien en el mundo que la considerara importante. Que la echase de menos.
Se esforzaba cada día por no tropezar con la misma piedra o no caerse en el mismo charco porque las heridas en las rodillas, cada vez, dolían más. Ya no conseguía curarlas con tiritas.

Lo que más le preocupaba, era que, poco a poco, había dejado de sentir. Parecía que su corazón se hubiese hecho pequeñito y se escondiera debajo de toneladas de hielo.

Recorrió mundos, personas, sentimientos... pero, cada día, se encontraba más perdida.
Ni siquiera era capaz de recordar lo que era el calor.

Una noche, decidió adentrarse en un bosque oscuro. Tan solo quiso saber si, entre los miles de seres que había en su vida, alguno se arriesgaría para impedir que se perdiera.
De repente, un rayo de esperanza cruzó por sus ojos. Quizá no había sabido mirar bien a su alrededor.

Y pasaban las horas. Los días.
Y ella se adentraba, cada vez más, en ese bosque tan tenebroso...pero no hubo nadie a su lado.
Por su cabeza pasaron los recuerdos agradables y cálidos que había vivido con personas que la habían asegurado su mano y su hombro.

Todo acabó de golpe.

Dos gotas de agua caían por sus mejillas.

Entendió que las palabras se las lleva el viento, junto con las promesas.

Pasaron cuatro caídas de hojas cuando alguien, en el mundo, recordó su nombre.
Pero era demasiado tarde... ella se había convertido en viento de otoño.

lunes, 18 de enero de 2016

Lo que pudo ser y no fue.

He mirado a través de la ventana y, no sé por qué, he vuelto a pensar en ti.
Creía que, con los años, olvidaría todo lo que fuiste. Y es cierto, ya no recuerdo cómo eran tus besos ni la calidez de tus abrazos, ya ni siquiera recuerdo el timbre de tu voz ni tu forma de tocar mi piel.
Por suerte o por desgracia, el lugar que ocupabas en mi corazón, no ha podido ocuparlo nadie más. Ni siquiera el dolor ha desaparecido.
Hace poco te vi y descolocaste todos mis pensamientos.
Ya no recuerdo qué fue lo que destrozó nuestro hogar, nuestros sueños, nuestra felicidad.
Tampoco quiero recordarlo.
Yo decidí arriesgarme por ti y lo perdí todo.
Hace tiempo me hubiera gustado cruzarme un día cualquiera por la calle contigo. Haber detenido el tiempo y así poder decirte todas estas palabras que resuenan en mi cabeza y en mi pecho desde hace varios otoños.
No quiero que me pidas perdón ni quiero perdonarte.
Tan solo te doy las gracias por haberme elegido.
Te doy las gracias por todas esas tardes de risas y caricias, por esos besos a destiempo y esas tontas peleas. Me hicieron sentir viva por un tiempo.
Tampoco pretendo pedirte perdón por todos mis errores puesto que ya lo intenté.
Fuiste alguien que pasó por mi vida y dejó huella. Una gran huella.
Fuiste alguien que nunca olvidaré.
Fuiste alguien que me enseñó a volar y a caer.
Alguien que me demostró que el amor y el odio están a menos de un paso de distancia.

No te guardo rencor ni vivo enamorada de ti. No pretendo ser tu amiga.
Tan solo solo somos dos personas que se cruzan y ninguno de los dos se molesta en mirarse.
Quizá me hubiese gustado que las cosas hubieran sido diferentes y que nos hubiéramos encontrado en otro momento, sabiendo lo que hoy sé.

Esto no es una declaración de amor ni un "vuelve, te echo de menos.".
Simplemente, es la certeza de que las historias de amor, existen.