martes, 9 de diciembre de 2014

En otoño.



Será que el frío del invierno me hace buscar el calor de las personas.
La calidez de sus abrazos, sus miradas, las sonrisas… Todos y cada uno de los detalles que hacen deseable a una persona.
Será que soy un alma romántica propia de los siglos XVIII y XIX a la cual afectan el caer de las hojas en otoño y los besos a escondidas de las parejas de chiquillos tras los árboles del parque. Pero es en estos días cuando mi corazoncito sufridor, frío y llorón quiere darse una oportunidad e intenta convencer a la de arriba de que el amor tiene cosas buenas.
¿Conocéis la sensación de estar vacía por dentro? ¿De que nadie pueda llenarle porque has perdido la esperanza en la humanidad? Realmente parezco una poeta autodestructiva.
Hay sensaciones y sentimientos que agradezco poder expresar así, de este modo. Ya no sé si soy una persona alegre con tendencia a la tristeza o una persona triste con días alegres.
He aprendido que a la gente no le interesa tu vida, que nadie quiere escuchar tus penas puesto que todos tenemos bastante con lo que nos ha tocado en la vida.
No sé si será de valientes o cobardes cerrar tus puertas a todas las personas, pero es lo más seguro y lo más fácil.
También echo de menos tener a esa persona especial con la que puedas ser tú misma siempre, con la que puedas hablar sin miedo a que te juzgue, que nunca te ponga la espalda cuando necesites un hombro. Esa persona por la que no tengas que arrastrarte para conseguir un mínimo de su atención… Es irónico que yo eche de menos estas cosas. Las que nunca he tenido.
Diría que soy una persona un tanto autista y melancólica, aunque también un tanto autodestructiva.
Sentirme sola cuando estoy rodeada de gente, y sentirme plena cuando tengo un libro entre las manos. La música también me ayuda a soportar el día a día en este mundo falso, hipócrita y vendido en el que me ha tocado existir.
Me molesta que me agobien con mensajes en el móvil, que me llamen para contarme lo bien que ladra su perro o que me hagan salir de casa para llevarme a tomar un café con su familia mientras hablan de lo mal que está el mundo.
Odio el amor porque deseo sentirle con todas las partículas de mi cuerpo. Odio tanto ver lo felices que son las parejas del parque, odio ver los arrumacos de ancianos que se amaron a escondidas desde su adolescencia hasta hoy, odio tanto odiar el amor… Y ahí está mi dilema: odio lo que más deseo.
He desarrollado una táctica auto devastadora que se basa prácticamente en ser una persona fría, borde y sin sentido del cariño. Hacia los demás doy la visión de chica rara y difícil a la que es mejor no hablar; así se evitan amores imposibles y cuentos de hadas.
El pero de esta estrategia es que cada día que pasa, te destruyes un poquito más a ti misma, dejas de ser quien eras y no dejas que los demás vean la persona que realmente hay detrás de tu perfecta fachada.
Pero, aun con todas mis rarezas, todavía espero que alguien esté dispuesto a coger un martillo para demoler las gruesas paredes que guardan a mi corazón. Algún día.