miércoles, 3 de septiembre de 2014

catorce días a la deriva.



Querida desconocida:
Ni siquiera sé tu nombre.
Tan solo te vi una vez. Tan solo me fijé en tu sonrisa, en tus ojos color marrón chocolate.

Caminabas por la calle sin mirar a nadie. Parecías concentrada en tus pensamientos.
Aún recuerdo esa tarde de diciembre como si fuera hoy. Hacía frío, las calles estaban nevadas. Ibas con un gorro azul de lana que tapaba tu pelo cobrizo. Tenías la nariz roja de lo congelada que estarías.
Yo estaba sentado en un banco del parque y pasaste por mi lado.
Se paró el tiempo. Mi tiempo.
Sentí la necesidad de besarte, de abrazarte. Sentí que debería ser yo quien cuidara de ti.
Hoy, un día como otro cualquiera de un mes algo más cálido como lo es febrero, he vuelto a verte.
He vuelto a ver tu sonrisa. Se ha vuelto a detener el tiempo.
Sería capaz de cometer cualquier estupidez tan solo para que me miraras una sola vez a los ojos y me ofrecieras esa sonrisa que hace que la función de paraguas en todas las tormentas.
Presentarme en tu casa, quizás, decirte que te quiero, que necesito conocer tus sueños, tus metas, tus ganas de seguir adelante.
Despertarte cada día comiéndote a besos mientras acaricio cada centímetro de tu cuerpo.
Demostrarte cada noche que te amo por encima de todo y que siempre tengo ganas de ti.
Cuando tu mundo se derrumbe, acogerte en el mío. Hacerte reír. Abrazarte cuando digas que tienes frío. Besarte cuando tus labios no callen. Coger tu mano y entrelazar nuestros dedos.
Pensar que estábamos destinados.
Decirte que eres perfecta para mí cuando solo sepas criticarte porque eso que tanto odias de ti, son esas pequeñas cosas que te hacen única y por las cuales yo me he enamorado.

Firmado: el chico del parque.